De vez en cuando vale la pena salirse del camino, sumergirse en un bosque. Encontrará cosas que nunca había visto.
Allí estaban de nuevo los bosques de robles, en las laderas los chopos orgullosos, afilándose, verdes. En grupos, y, no obstante, cada uno de ellos respirando su soberbia soledad, como los mismos hombres. Aquellos hombres de Artámila.
Cuando frecuentaba el bosque de pequeña, me decían que una serpiente podría picarme, que podría coger una flor venenosa o que los duendes me podrían raptar, pero continué yendo y no encontré sino ángeles, mucho más tímidos ante mí de lo que yo pudiera sentirme ante ellos.
El mundo es un bosque, en el que todos pierden su forma, aunque por camino diferente cada uno.
(...) Daría un largo paseo por el bosque y embriagaría mis ojos con todas las bellezas del mundo de la naturaleza, intentando desesperadamente absorber el gran esplendor que se despliega en todo momento ante lo que pueden ver.
De no estar tú, demasiado enorme sería el bosque.
Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego.
Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo, hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Bosque en verano. Del que penetra ni la más mínima huella.
El bosque sería muy triste si sólo cantaran los pájaros que mejor lo hacen.
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia.